martes, 26 de agosto de 2014

EL PASADO GLORIOSO DE LA DECADENCIA

EL PASADO GLORIOSO DE LA DECADENCIA


Creo que es interesante recordar determinados pasajes de la historia, y hacerlo de una forma amplia y clara, o por lo menos, lo más amplia y clara que el entendimiento pueda dar de sí. Debido a la extensión del tema, voy a procurar hacerlo en varias partes, para no cansar en demasía, y esclarecer los puntos y apartes de una Constitución que pretendió romper con el Antiguo Régimen que tantos sufrimientos causo a España, y a Hispanoamérica, testigo mudo de unos años tristes e importantes en la Historia de España.

Merece la pena detenernos un poco en aquella Constitución, para comprender el sentimiento que enfrentó ideológicamente a una nación que se debatía en una guerra que tanto dolor causó. Fue la primera Constitución que se dio en España, y puede ser considerada como una Constitución Liberal, término este del que Larra hablaría mucho en tiempos aún por venir, y de hecho, se especula como una de las causas prendieron la mecha de su triste final, la desesperación que sentía frente al fracaso del ideal del liberalismo en el mundo político de los tiempos que le tocaron vivir.

Posiblemente fuera causa y efecto de una necesidad, pero una necesidad mal entendida, o mal interpretada por aquellos que en su momento, pudieran ver la oportunidad de dar un giro brusco en el rumbo de la política nacional, posiblemente con la culpabilidad de las prisas y el derroche de la urgencia, sin detenerse demasiado en buscar el respaldo de una sociedad hastiada de guerra, pero a su vez, parte dogmática en cualquier pretensión que sobre el futuro del Estado se pudiera buscar. Una sociedad conocedora del infructuoso pretérito más cercano, parte esencial de una decadencia triste y abandonada a su suerte, pero una sociedad con la que al fin y al cabo, se debería contar, aunque nos permitimos dudar que así fuera.

Una Constitución que consigna que la soberanía reside en la nación, que el catolicismo es la única religión,  el texto consagraba a España como Estado confesional católico, prohibiendo expresamente en su art. 12 cualquier otra religión, y el rey lo seguía siendo "por la gracia de Dios y la Constitución" (aunque posteriormente se legislara en contra por medio de los veinteañistas), que la monarquía es hereditaria y no absoluta, que propugna la división de poderes, habla sobre los derechos y deberes de los ciudadanos,  el sufragio universal masculino indirecto, la libertad de imprenta, la libertad de industria, el derecho de propiedad o la fundamental abolición de los señoríos, no incorporó una tabla de derechos y libertades, pero sí recogió algunos derechos dispersos en su articulado. Además, incorporaba la ciudadanía española para todos los nacidos en territorios americanos, prácticamente fundando un solo país junto a las excolonias americanas. Del mismo modo, este texto constitucional no contempló el reconocimiento de ningún derecho para las mujeres, ni siquiera el de ciudadanía (la palabra "mujer" misma aparece escrita una sola vez, en una cita accesoria dentro del art. 22), aunque con ello estaban en plena sintonía con la mayoría de la sociedad española y la Europa del momento,  pero, sobre todo y ante todo, derroca el absolutismo, que era la quintaesencia del problema.


En la imagen, la promulgación de la Constitución de 1812.


Frente a algunos historiadores y personajes influyentes que ensalzaban a todo trance el espíritu absolutista y tradicional se enfrentaban los que tenían la pasión puesta en defender las ideas liberales y europeizantes pero adaptadas la forma de vida del español de la época. Los primeros, es decir, los absolutistas, argumentaban el lamento de que con la Constitución se rompe totalmente con el pasado glorioso, pero olvidaban que no todo ese pasado fue glorioso, ya que España llevaba casi doscientos años mal gobernada por Nithard, el padre Juan Everardo Nithard, confesor de la reina Mariana de Austria, esposa de Felipe IV y regente como madre de Carlos II, un hombre carente de las condiciones necesaria que sin desearlo, se convirtió en valido, sus desaciertos fueron enormes y llevó a España por los caminos de la derrota (Paz de Aquisgran, independencia de Portugal etc), otro valido más que dejó desvalida a España, o por el llamado Duende de Palacio o Corredor de Orejas, que era como antes llamaban a los alcahuetes, nos referimos a Fernando Valenzuela, ejemplar degenerado y que fuera conductor de las desdichas de una monarquía nefasta y de un desgraciado pueblo español. Fue un pícaro napolitano y corrido pendenciero carente de escrúpulo, listo más que inteligente y con sobradas prisas por trepar, otro valido en el resumen de un tiempo en el que una herida casual en una cacería era motivo suficiente para ser Grande de España,  o por el narciso Almirante, Juan Tomás Enrríquez de Cabrera y Ponce de León, el del motín del pan, genovés Almirante de Castilla, que supo apoyarse en la debilidad de la reina Maria Ana de Neuburgo, la segunda esposa de Carlos II, otro favorito más, y quien antes también había asediado a su predecesora María Luisa de Orleans, parece ser que en la historia de España era el oficio principal de los validos, o por Anne Marie de la Trémoille, la Princesa de los Ursinos, quien tuvo en sus manos el destino de una España en guerra (Guerra de Sucesión) gobernada por un endeble Felipe V, maestra de intrigas en la Corte de un rey que no sabía cómo reinar. Esta mujer tuvo su pago de la mano de Isabel de Farnesio.
En la imagen, Isabel de Farnesio.



 Reyes y reinas extranjeras que hacen una política anti-española y derraman la sangre y los caudales españoles por los campos de Europa buscando tronos para sus hijos que algunos como Felipe, hijo de Isabel de Farnesio, se jactaba y alardeaba de ignorar la lengua castellana. O por el habilidoso cocinero y abate italiano Julio Alberoni, de profesión valido, maestro en la intriga y cuyas previsiones resultaron fallidas en su totalidad y todas sus esperanzas frustradas. O por el aventurero holandés, el barón de Riperdá, Juan Guillermo Ripperdá, un personaje que fue nombrado primer ministro con la influencia de la Farnesio, atenta siempre al bien de sus hijos y no al de España, y que una vez fueron descubiertas las mentiras e intrigas del de Riperdá  por divulgar secretos de Estado,  fue depuesto, encarcelado y fugado. Convertido al Islam, intentó después apoderarse de Ceuta.

 Este es el pasado glorioso, entre otros, que entrega España a Napoleón, en manos de otro valido, Godoy, como siempre, con desastrosos resultados, los de otra monarquía absoluta y decadente, fruto de la dejadez de los gobernantes demasiado hastiados por gobernar, y contra todo este pasado glorioso, es el que lucha el pensamiento político español, el liberalismo plasmado en la Constitución como amparo ante cualquier tipo de despotismo y con vistas a potenciar los esfuerzos por iniciar una nueva historia que camine paralela al resto de Europa. Pero su camino fue corto, y su final, si es que tuvo alguna vez algún principio, trájico, tanto como lo han sido otros finales de gloriosas luchas de un pueblo que se debate a dos bandas entre la aclamación y la adoración de los gobernantes de un despotismo y neopotismo ilustrado propio de una dinastía francesa maestra del gobierno con tedio y arrogancia sin parangón,  y el desengaño y frustración de unos austrias menores que dejaron en España la humillante costumbre de caer, levantarse, y volver a caer. Y España, ha dado muestras en muchas ocasiones que el levantarse de nuevo, cada vez, cuesta más.

Por otro lado, existe también el hecho de que los impugnadores de la Constitución de 1812 afirmaran a su vez que no era en absoluto española ni en espíritu ni en letra, y al contrario que los reformadores de Cádiz afirmaron que era una obra en la que se hundían sus raíces en la más pura tradición española, los que postulaban en contra de esta idea afirmaban que la obra de los legisladores gaditanos tenía más de Revolución francesa que de la tradición española, pero, además, cuando llegó el momento de la promulgación, no ya la Comisión» sino las Cortes, se creyeron en el deber de ilustrar a la generalidad del pueblo acerca de la fidelidad con que la Constitución había respondido al deseo general de renovación y corrección de defectos políticos, y en el Manifiesto dirigido al país fueron todavía más explícitas y rotundas de lo que la propia Comisión había sido (pues ésta cuidó de especificar que no había nada nuevo en la sustancia).

Según decía el propio Manifiesto al que nos hemos referido,   «Asegurar para siempre la libertad política y la civil de la nación, restableciendo en todo su vigor las leyes e instituciones de nuestros mayores, era uno de los principales encargos que habían puesto a su cuidado...; la Religión santa de vuestros mayores, las leyes políticas de los antiguos reinos de España, sus venerables usos y costumbres, todo se halla reunido corno ley fundamental en la Constitución política de la Monarquía.»


Sin embargo, y pese a todas estas manifestaciones y seguridades, pese también a que el texto del proyecto se entregó a los diputados casi en vísperas de comenzar su lectura y discusión, hasta el punto de que apenas hubo tiempo para que lo leyeran despacio,  algunos suspicaces no acabaron de casar las declaraciones de la Comisión acerca de la inspiración que la había guiado con lo que habían leído del proyecto, y es más, ni siquiera se llegaron a expresar lo que vinieron en llamar en su momento como los antecedentes jurídicos de cada uno de los artículos debido a las prisas por aprobarlos con rapidez, más aún, cuando, en palabras del propio presidente de la Comisión, se aludía al amor a la brevedad, para no perder tiempo, cosa que más bien inclinan el ánimo en pensar que así se hizo. Según el marqués de Miraflores, en sus memorias, advierte que esa misma Constitución escrita, dada a Francia en su primer ensayo constitucional, fue por la que se modeló la Constitución de 1812 en Cádiz, punto que está hoy fuera de controversia. Tómense ambas Constituciones en la mano y se conocerá la afinidad.

Unido a esto, existe otro factor principal, que es al que, por lo general, no se le suele conceder gran atención, como es las aspiraciones del pueblo, de la inmensa mayoría de los españoles que se batían contra los franceses o sufría la ocupación de las tropas de Bonaparte. 


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En el próximo capitulo, hablaremos de FERNANDO VII EN VALENÇAY Y EL NACIMIENTO DE LA PEPA.



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